De 'marcha' con la Legión
Fecha Miércoles, 16 mayo a las 00:56:26
Tema Nueva Noticia de Militares


RONDA.- ¿Dónde están nuestros límites físicos? Como no sabíamos responder a esta pregunta casi filosófica, tres redactores de EL MUNDO decidimos alistarnos en la competición cívico-militar más dura que conocemos: Pincha Sobre Las Fotos para Ampliar las Imagenes.



los 101 kilómetros de Ronda. Una prueba organizada por los legionarios del 4º Tercio Alejandro Farnesio, acuartelados en la escarpada ciudad malagueña.

La crónica arranca el sábado 11 de mayo a las 10 horas. El Polideportivo de Ronda (Málaga) está lleno. Allí están los 1.471 ciclistas que correrán la prueba en su bicicleta de montaña en un máximo de 12 horas. Separados por una cinta, los 1.615 atletas que pretenden acabar la ruta a pie en un máximo de 24.

El explosivo cóctel lo completan alrededor de 300 voluntarios (fisioterapeutas, podólogos) y de 700 legionarios que se encargan con la precisión de un reloj suizo de la logística, el control y la seguridad de la carrera.

Algunos de ellos se pasan casi 33 horas sin pegar ojo, esperando a que todos los corredores cumplan el recorrido. Este año todo ha sido más complicado porque el Tercio de Ronda ha estado destinado hasta marzo en la misión de paz en el Líbano, pero ni siquiera esta circunstancia ha impedido que se organizara el evento.

La primera risa brota al comparar la bici de Josean con las de su competencia. Su modesta y pesada montura de una firma nacional se tendrá que medir con las carísimas réplicas en carbono de las bicicletas que patrocinan a los participantes del Tour. Más vale que ande bien de piernas...

Una vez coreado con voz de cientos los preceptivos "¡Viva España! ¡Viva el Rey! Y ¡Viva la Legión!", los legionarios disparan un obús de artillería ligera. Acaba de comenzar el calvario.

El cabo nos arenga: 'vamos, tardones' Desaparecen los ciclistas y, a los pocos minutos, empezamos a caminar. Antes, como si fuéramos turistas y no marchadores, nos hemos dedicado a inmortalizar a la cabra de La Legión –que por cierto es un carnero-, a los soldados profesionales, a los participantes más variopintos y a la tribuna de autoridades. Con tanto estrés fotográfico, salimos los últimos, arengados a voz en grito por el cabo que hace las veces de animador con un micro inalámbrico: "Vamos, tardones, que se os escapan".

Todos la llaman la cabra de la Legión, pero en realidad era un carnero. Vea más imágenes.

Cruzamos la calle Espinel, arteria comercial de Ronda, y el pueblo nos aplaude como si fuéramos a la guerra. ¿Por qué será? Dejamos atrás la plaza de toros, el parador y finalmente la ciudad para adentrarnos en un camino de tierra que se abre entre los prados de trigo verde y amapolas.

La 'grande boucle' se va alargando. El optimismo cunde, a pesar de que rozamos los 30 grados y el sol comienza a amartillarnos con sus rayos. Cada cinco kilómetros encontramos una tienda militar con soldados ofreciéndonos agua, bebida isotónica y fruta.

Para darle color a esta narración y con el legítimo objetivo de matar las horas, decidimos comenzar a fijarnos en el resto de locos que componen el pelotón. Los hay vestidos con ropa técnica y uniformados. Hay equipos militares capitaneados por un suboficial y civiles con bastones telescópicos, versión humana de los 4x4. Otros prefieren ayudarse con palos del tipo pastor de ovejas. Nosotros sólo confiamos en nuestras piernas, nuestras zapatillas y nuestros calcetines sin costuras.

Por si nos faltaba diversión, el recorrido nos lleva a los laterales del Circuito Astari. Una suerte de pequeño Montmeló privado que se esconde entre los montes de Ronda. Mientras nosotros jadeamos, tres locos del volante matan la tarde del sábado quemando gasolina y derrapando con unos Ferrari tuneados. Al fondo, se puede ver un helicóptero, seguramente propiedad de uno de los clientes.

A media pendiente, amago de pájara En plena tarde de mayo, y transcurridos los primeros 30 kilómetros, llega el primer puerto de montaña. Antes de enfilar sus primeras rampas, nos comemos un plátano a medio masticar y un poco más de Aquarius. Pronto pagaremos este exceso.

En la línea de salida había muchos militares, algunos con sus mejores galas, incluido el estandarte.

A media pendiente, y cuando íbamos como dos cohetes, la banana llamó a las puertas del estómago de Eduardo para mandar la primera señal de náuseas. ¡Peligro! Estaba rozando el corte de digestión. Asustados, paramos un poco e iniciamos una marcha mucho más lenta. Comenzaba a peligrar la carrera.

Intentando ponerle una sonrisa a la caminata, nos dedicamos a ponerle motes a algunos de nuestros compañeros. Kilómetros atrás habíamos dejado a miss Daisy, una sesentona que caminaba como un galgo bajo su sombrero de ganchillo rosa.

También nos habíamos cruzado con dos ninfas de las 1.001 noches –por aquello del turbante y sus cubiertas de tul-, con un brigada de Ingenieros de Melilla que animaba, mientras fumaba, a su tropa de corredores y con unos paracaidistas de Alcantarilla (Murcia) que iban en formación, con sus botas de reglamento y la bandera de su batallón al hombro.

Con permiso de la dichosa banana y más pálido que la leche, llegó Eduardo a Setenil, kilómetro 53. El punto donde los primeros participantes suelen dejar la carrera para volver a Ronda en uno de los camiones militares.

Tras descansar media hora y reponer algo de fuerzas, los dos decidimos reemprender la marcha. Eran las 21.15 horas y nos quedaban sólo 48 kilómetros por delante. Parece mentira, pero un sandwich de chóped militar, un vaso de Coca cola y unas onzas de chocolate fueron suficientes para hacernos olvidar el mal trago de la tarde.

Una tubería por sillín

Josean revisa algunos detalles de la ruta.

Ayudados por una lámpara minera, retomamos la senda. Como no podía ser de otro modo, el camino volvía a ser cuesta arriba. Atrás quedaba nuestro paso por la provincia de Cádiz y nuestra mirada expectante ante un nutrido grupo de andaluces que disfrutaban de una romería, ataviados con ropa de montar y trajes de faralaes.

A esas alturas ya sabíamos que Josean había acabado su rodadura a las 21.45 horas. Lo mejor, o lo peor, es que en uno de los baches rompió el sillín -ya se lo habíamos dicho...- y se pasó dos horas mendigando uno a aquéllos que se retiraban.

Al final, y tras contar con la colaboración de cuatro legionarios y el tornillo de un ciclista, consiguió hacer un apaño con un trozo de tubería que le permitió seguir. Él podía permitirse el lujo de cenar y de irse a dormir.

En cuanto a nosotros dos, continuábamos a buen ritmo, casi a cinco kilómetros la hora, cuando nos vino a visitar el pánico. Completamente solos, y armados con nuestro humilde haz de luz, escuchamos el bramido de un jabalí. Con el corazón en un puño, y acelerando el paso, acertamos a callar, apagar el frontal minero y dejar al animal atrás. No era nuestra intención molestarle.

Las horas seguían cayendo y a nuestro alrededor veíamos cómo la gente caía. Algunos optaban por retirarse, otros se mantenían en carrera con toda clase de cojeras y una buena ristra de agujetas y de ampollas.

2.15 horas, llegada al cuartel

Por el camino (y aproximadamente cada cinco kilómetros), el marchador tiene a su disposición distintos puntos de avituallamiento. También aljibes y pilones.

La entrada al cuartel de la Legión (km 77) a las 2.15 horas volvió a arreglarnos el cuerpo y el espíritu. En el comedor central nos esperaban un bistec empanado, un bol de sopa, una Coca, un chusco y unas natillas. El menú no habría hecho las delicias de Arguiñano, pero a nosotros nos supo a pan bendito.

En la sala, confraternizaban los oficiales del Ejército con los corredores que intentaban comer a duras penas. Algunos, y esto no tiene nada que ver con la calidad del ágape, vomitaban nada más abrir el pico.

A las 3.15, pletóricos y con el buche lleno, enfilábamos el final. Aún nos quedaban un par de buenas sorpresas. A los pocos kilómetros, nos cruzamos con un puñado de marchadores que iban en dirección contraria en uno de los puntos en los que se solapan dos tramos del recorrido. Sólo nos llevaban 20 kilómetros de ventaja.

Tras unas bajadas engañosas, nos adentramos en una escarpada montaña, camino de la ermita de Montejaque (km 84). Al parecer, ese camino, que a nosotros nos pareció el purgatorio, lo suben sin jadear los 'legías' a la carrera, armados y con su teniente coronel al frente. Teniente coronel que, por cierto, hizo también la marcha llegando a las 4 de la mañana. "Y eso que iba viendo el paisaje", dice uno de sus subordinados.

Arañándole horas al amanecer, pasamos frente a las fábricas de embutidos de Benaoján para volver al cuartel y tomar la cuesta que nos llevaría a las puertas de Ronda.

Ya en el kilómetro 98, pisamos el empedrado rebautizado como cuesta de la risa o del cachondeo (adivinen por qué). Sin mucho fuelle, conseguimos remontar el tajo que ha hecho famosa a la ciudad malagueña para, por fin, cruzar el puente y embocar la calle principal.

De 1.615 marchadores llegamos a la meta 1.029

Nuestra llegada, minutos antes de las 8.00 del domingo y tras 21 horas de esfuerzo, no tuvo una multitudinaria acogida: nos saludaron tres adolescentes con otras tantas copas de más, una turista que sabía de qué iba el tema y dos lugareños. A pesar de ello, los aplausos de los legionarios en la línea de meta nos supieron como si fueran los de una muchedumbre en el Estadio de Wembley.

De los 1.615 marchadores que salimos el sábado de Ronda, a meta llegamos 1.029. La última, una de las 220 participantes femeninas, entró en la meta a las 10.45, un cuarto de hora antes del cierre de los controles y casi 24 horas después del cañonazo inicial.

Por último, para evitar que la Legión decida llamarnos a filas, les contaremos un secreto: los tres periodistas que firman esta crónica fueron excluidos del servicio militar, Josean porque tenía operada una rodilla, Eduardo porque iba sobrado de dioptrías y Juan porque fue incapaz de correr más de seis minutos sin asfixiarse: era asmático. ¡Quién lo diría ahora!







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